En su desplazamiento hacia el norte de México, las familias migrantes suelen verse en la necesidad de asentarse en los desiertos. Ahí, por lo regular, no tiene acceso al suministro de alimentos por limitaciones económicas y situación geográfica. Además, las condiciones de aridez del clima desértico y la carencia de recursos para practicar la agricultura, les impiden producir alimentos para el autoconsumo.

Para solucionar este problema, el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR), perteneciente al Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), trabaja en el establecimiento “de un modelo propuesto por diversas agencias internacionales para combatir la situación de los desiertos alimentarios en condiciones climáticas extremas. Este modelo es el de los oasis alimentarios, que son espacios físicos donde se establece un grupo comunitario que participa activamente en la producción de víveres, ya sea mediante la acuicultura o la agricultura o su combinación sinérgica”, explica la doctora Paola Magallón Servín, investigadora del CIBNOR.

Plantación de alimentos en el desiertoShutterstock

Entre las ventajas de estos oasis alimentarios, la especialista destaca que “al ser comunitarios permiten la división del trabajo en equipo y pueden gestionar apoyo gubernamental y de organizaciones civiles. En tanto, el costo operativo de los sistemas se reduce y es un terreno fértil para la generación de recursos humanos y competencias en el sector agroalimentario de manera más plural, equitativa e inclusiva”.

Otro beneficio de este modelo, inspirado en los nodos alimentarios hechos por los nómadas en el desierto del Sahara, es “su flexibilidad, pues, aunque las personas que utilizan los oasis se desplacen a otras regiones, éstos permanecen para ofrecer un nuevo espacio de producción y consumo a aquellos que lleguen posteriormente”.

En el proceso para crear oasis alimentarios que atendieran las necesidades de la población migrante en Baja California Sur, la primera fase consistió en desarrollar sistemas de producción de peces y vegetales (integración agroacuícola) adaptados a las regiones áridas de la entidad. Para ello se diseñaron infraestructuras que pudieran funcionar sin necesidad de usar suelo y con una reducción de hasta el 70% del consumo de agua en comparación con los métodos convencionales de cultivo. Además, en su construcción, se procuró utilizar materiales accesibles y reciclables.

Fertilidad en el desiertoShutterstock

También se optimizó la crianza de peces y el cultivo de vegetales con técnicas de hidroponía, camas flotantes, biofertilizantes y polinizadores, la subirrigación, manejo integrado de plagas y diversificación de recursos genéticos para hacer bancos de semillas. La segunda fase fue identificar el lugar para los oasis, allegando infraestructura y recursos para hacerlos espacios comunitarios donde no sólo se produzcan alimentos, sino también se preparen según los requerimientos nutrimentales, sobre todo de la población infantil migrante.

“Hoy colaboramos con dos centros comunitarios en Baja California Sur, tienen comedor y kínder-primaria. Cada uno atiende entre 60 y 70 niños de familias migrantes. Esta colaboración se estableció con el fin de desarrollar un oasis donde las y los niños puedan llegar al centro, participar y aprender desde edades tempranas sobre la producción alimentaria y su derecho a consumir alimentos nutritivos. Si bien estas comunidades migrantes se encuentran en estado de vulnerabilidad, están conformadas por personas resilientes y, al mismo tiempo, con muchos ánimos de contribuir a la construcción de sus oasis alimentarios”, concluye la doctora Magallón Servín.

Por Agencias