Corrían casi 300 años de opresión por parte de la Corona Española. Saqueos, muerte, epidemias traídas del Viejo Mundo: todos estos males habían aquejado a la población del actual México por demasiado tiempo. Incluso los templos de los dioses que antaño gobernaron los cielos y la tierra habían sido destuidos. Después de tanto tiempo de violencia de Estado hacia cualquiera que no hubiese nacido en España, un fantasma recorría América: el espíritu de la Independencia. Ésta es la historia de dolor que llevó a ‘El Grito’ de Dolores, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
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Un sistema explícitamente racista y arbitrario
Los criollos tenían una posición incómoda en el sistema de castas, establecido verticalmente por la Corona Española. De hecho, según los registros del Congreso de la Unión en México, cada una de las castas estaba estipulada en el derecho colonial, donde se “había estipulado las obligaciones y facultades de los novohispanos”. Este acomodo social recompensaba el origen español y a la gente blanca, por sobre las demás pigmentaciones de piel. Los negros (y las mezclas que hubiera de ellos con otras razas) eran los menos favorecidos en la escala social.
Arbitrario, injusto y explícitamente racista, el sistema de castas rigió Nueva España durante casi 3 siglos. “En lo más alto de la pirámide”, escribe el historiador Juan Fernández Cantero para la Comisión de Geografía del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), “se encontraban los nacidos en España; a éstos les seguían los criollos, blancos nacidos en América”. Generalmente, los criollos eran hijos de españoles directamente. A pesar de ello, se les trataba como ciudadanos de segunda clase.
El resentimiento que sentían los criollos por este maltrato peninsular, así como la franca afiliación por la tierra en la que habían nacido, se sumó a que pertenecían a una de las pocas castas que tenía acceso a educación de calidad. Como personas ilustradas, centradas en el poder de la Razón, según la Enciclopedia británica, se daban cuenta de que “dentro de la estructura en castas [había} una distribución del poder irregular”, detalla Fernández Cantero. Aquellas personas que habían nacido en España “custodiaban los puestos más altos en el virreinato, tanto seculares como religiosos”.
Los criollos, aunque privilegiados, blancos y educados, no tenían el mismo acceso a ese poder. Y no sólo eso: habían crecido y vivido todas sus vidas en el actual México. Tenían un sentido de identidad y afiliación al territorio que los españoles sencillamente no sentían. Miguel Hidalgo era uno de ellos.
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¿Quién era Miguel Hidalgo?
Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, según quedó registrado oficialmente ante la Iglesia Católica, era un hombre criollo ilustrado. Nacido en Pénjamo (Guanajuato) en 1753, dedicó su vida al estudio de la religión católica en Colegio de San Nicolás en la actual Morelia, documenta el Banco de México (BANXICO), donde eventualmente fue rector. En 1778, se ordenó como sacerdote en la misma institución. Unos años más tarde, se hizo cargo de administrar la Parroquia de Dolores, en el actual estado de Guanajuato.
Los registros de la institución documentan que, durante sus años como párroco, “se preocupó por mejorar las condiciones de sus feligreses, casi todos indígenas”. Así como sabía hablar francés y latín, también dominaba el otomí, náhuatl y purépecha, que hablaban los miembros de su comunidad. El cultivo de viñedos, apicultura y dirección de industrias pequeñas, como lozas y ladrillos, estuvieron entre los oficios que el cura procuró enseñarles.
De acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Miguel Hidalgo “fue el líder popular que encabezó el inicio de un movimiento que sin organización inicial fue creciendo”. No sólo las castas más castigadas querían liberarse de la opresión española. Cansado del matrato europeo, hacia sí mismo y hacia su comunidad, se unió a una sociedad insurgente secreta, para derrocar al Virreinato de una vez por todas.
Por lo cual, la abolición del sistema de castas, explica el Congreso, fue uno de los ejes de lucha que impulsó la Independencia de México:
“Los colores de la gente, la desigualdad económica, la injusticia cometida por las autoridades y el mismo rigor de la legislación abonaron un terreno propicio para un futuro cambio, cambio que buscó acabar con la sujeción política y la dependencia económica mantenidas por España”.
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«¡Se acabó a opresión! ¡Se acabaron los tributos!»
La madrugada del 16 de septiembre, documenta el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Miguel Hidalgo y Costilla “congregó a los habitantes en la plaza y […] pronunció un discurso en el que vitoreaba a la Virgen de Guadalupe y al pueblo de Dolores para levantarse en armas”. Frente a la Parroquia de Dolores, el cura proclamó el siguiente discurso:
“¡Hijos míos! ¡Únanse conmigo! ¡Ayúdenme a defender la patria! Los gachupines quieren entregada a los impíos franceses. ¡Se acabó a opresión! ¡Se acabaron los tributos! Al que me siga a caballo le aré un peso; y a los de a pie, un tostón”.
A este evento histórico, que marcó un hito definitivo en el nacimiento de México como país independiente, se le conoce como ‘El Grito de Dolores’. Gracias a este llamado en armas, documenta la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), Miguel Hidalgo se convirtió en el ‘Padre de la Patria’.
Año con año, se conmemora este pasaje fundacional en la historia de México. Los zócalos o centros históricos de cada ciudad, cada municipio, dan ‘El Grito’ la noche del 15 de septiembre. El evento magno es en la Plaza de la Constitución, en la Ciudad de México, donde el Presidente en curso ennuncia a las y los héroes que nos han dado patria. Para culminar, está el típico: ¡Viva México!