Hace mucho tiempo, en las inmediaciones de la hacienda de Coahuixtla, ubicada en el oriente del estado de Morelos, vivía una joven con su familia, la cual se dedicaba a las labores del campo y eventualmente a las actividades requeridas en la hacienda. Se trataba de una familia humilde, como lo era la mayoría de la región por aquellos años en que las haciendas monopolizaban las tierras de cultivo y las aguas de los ríos, además de someter a las personas a extenuantes jornadas de trabajo con remuneraciones paupérrimas o exiguas. Esta joven respondía al nombre de Micaela y era conocida por la gente del pueblo por su extraordinaria y singular belleza. Muchos eran los mancebos, algunos de los cuales aún imberbes, que se aproximaban a ella haciendo uso de diversas estrategias y artilugios de galantería con la ilusión de enamorarla y ganarse su corazón; para sorpresa de todos ninguno tuvo éxito. Ella siempre se mostraba apática ante los ardides y lisonjas de sus numerosos pretendientes, incluso llegaba a demostrar actitudes impregnadas de desdén hacia ellos. Sin embargo, existía algo a lo cual la doncella no podía permanecer indiferente: la pobreza.

Te recomendamos: El jinete sin rostro: la verdad detrás del Charro Negro

Micaela no soportaba ser pobre, deseaba tener una vida holgada económicamente, tomando como referencia la opulencia de los hacendados y sus familias quienes, además de poseer propiedades, podían costearse lujos, organizar fiestas con banquetes y usar vestidos elegantes, a quienes en más de una vez habría visto como vecina y servido como trabajadora de la hacienda. La familia de Micaela pasaba de un problema a otro, falta de trabajo, escasez de alimentos, enfermedades, entre otras penurias que suelen afectar a los sectores más desfavorecidos económica y socialmente. Se cuenta que, cansada de su miseria en un momento de exasperación e impotencia, Micaela exclamó, “estoy harta, sería capaz de venderle mi alma al Diablo con tal de salir de esta pobreza”.

“ESTOY HARTA, SERÍA CAPAZ DE VENDERLE MI ALMA AL DIABLO CON TAL DE SALIR DE ESTA POBREZA”

Al día siguiente llegó al pueblo un forastero que llamaba la atención a la distancia por su vestimenta y la gallardía con la que la portaba. Era un joven muy apuesto ataviado elegantemente con traje negro de abotonadura de plata y sombrero de ala ancha, también con detalles brillantes; arribó montado en un caballo negro de buena alzada con la crin delicadamente peinada. El jinete se aproximó a la casa de Micaela solicitando comida y alojamiento, a cambio él pagaría con dinero, asegurando que no importaba la cantidad que le fijaran. La familia lo recibió y encomendó a la joven la tarea de brindar al caballero todas las atenciones que solicitara. Gracias a las contribuciones hechas por el visitante las carencias en aquel hogar comenzaron a desaparecer, la situación económica mejoró notoriamente.

Te sugerimos: Conoce a las brujas y criaturas míticas de Xochimilco

Desde el primer contacto Micaela quedó impresionada con el galante varón no sólo por su atractivo físico, sino también por su personalidad, su fino tacto al hablar y la manera tan educada con la que se expresaba y se dirigía a las personas. Todas las tardes ella y su invitado salían a pasear, siendo los campos de cultivo y la vera del río los lugares más recurridos; la joven disfrutaba de manera indecible los recorridos, de la compañía y la conversación del extraño hombre cuya voz y sonrisa parecían armonizar con los cantos de las aves que anunciaban el sosiego del sol y la inminente llegada de la noche. Fue cuestión de algunos días para que Micaela quedara encantada de aquel varón al cual no sólo le abrió las puertas de su casa, sino también de su corazón. Pero no todo es para siempre, así como inesperada e inexplicablemente llegó, abandonó el pueblo de forma inusitada, sin previo aviso, sin despedirse de la familia ni de la fémina enamorada quien no sólo se quedó con su recuerdo, sino también con una parte de él.

La antigua exhacienda de Coahuixtla, Morelos, fue escenario vernáculo donde hace mucho tiempo surgió la leyenda del Choco, una historia a partir de la dura vida de sus trabajadores.Shutterstock

Micaela estaba embarazada y a los pocos meses de aquellos paseos vespertinos la gravidez se hizo evidente en su cuerpo, sus caderas se ensancharon, sus senos también aumentaron de tamaño y su abdomen plano se deformó anunciando que dentro se desarrollaba aceleradamente una criatura. En el pueblo corrió la noticia como pólvora encendida y la futura madre fue objeto de señalamientos acusatorios e injurias por haber concebido fuera del matrimonio. La doncella más preciada se convirtió en un santiamén en la mujer más despreciada.

Leer también: ¿Has escuchado su lamento? La Llorona, la leyenda que sigue aterrorizando

Durante el embarazo Micaela sufrió mucho, soportó innumerables padecimientos y malestares, su cuerpo se deterioró radicalmente, parecía que la preñez le había llegado como una forma de penitencia, lo cual daba razón y sentido a los chismes que pululaban en la comunidad, era su castigo por haber pecado. Al noveno mes ocurrió el parto, el cual sucedió de manera natural, pero esta normalidad no se puedo percibir en el recién nacido. Éste era un varoncito que nació con un rostro marcado por la fealdad, además, el neonato poseía la singularidad de tener un rabo, una colita que se desplegaba de su espina dorsal. Esta situación conmocionó a la madre, a la familia y a todos aquellos que supieron la noticia. Algo andaba mal, todo mundo sospechó de aquellos sucesos anormales, la llegada del extraño jinete, su desaparición, y las características extraordinarias de su engendro. En el pueblo pronto hizo eco en repetidas ocasiones la frase “esto es cosa del Diablo”.

La antigua exhacienda de Coahuixtla, Morelos, fue el escenario vernáculo donde hace mucho tiempo surgió la leyenda del Choco, una historia a partir de la dura vida de sus trabajadores.Shutterstock

Micaela estaba conmocionada por todo, ante esto decidió bautizar a su bebé, pero nadie del pueblo se atrevía a apadrinar a un infante que era producto del pecado; no obstante, una prima suya se ofreció para llevar a cabo el bautismo, ambas acordaron que se realizaría en la misa dominical. Se llegó el día, las mujeres junto con otras personas, se dirigieron a la iglesia convocadas por las llamadas que pregonaba la campana del recinto religioso. Caminaban con parsimonia y justo cuando pasaban por el puente de San Gonzalo, que atraviesa el río Cuautla, la madrina se ofreció para cargar a su ahijado y así que Micaela descansara un poco; siguieron con su andar y en ese momento el bebé, que descansaba en los brazos de su madrina, le jaló el rebozo para llamar su atención y expresó con voz estridente: “mila, malina, mis dientecitos”, al tiempo que abría ampliamente la boca para dejar expuestos un par de afilados colmillos. Acto seguido el pequeño abandonó los brazos de la madrina y saltó del puente hacia el río sin producirse daño alguno ante la mirada atónita de los testigos, incluidas la mamá y la madrina quienes liberaron estruendosos gritos de espanto y desesperación. Estupefactos todos los ahí presentes observaron cómo el niño se movía con gran agilidad entre la corriente apareciendo de un lado del puente y repentinamente surgiendo del otro, vieron cómo se movía río arriba y río abajo con sorprendente destreza y velocidad.

Todo estaba explicado, el niño quien fue nombrado por la gente como “el Choco” era hijo del mismo demonio que se apareció y sedujo a la mujer que lo había invocado para que la ayudara a salir de su pobreza. Desde aquel entonces, muchas personas aseguran que por las noches se escucha el llanto del niño en las cercanías de aquel puente. Otros más, relatan que en la misma construcción se aparece un niño mostrando sus colmillos para asustar a los trasnochados transeúntes; sin embargo, también se cuenta que en ocasiones el Choco se les aparece a los niños para jugar con ellos, a veces en forma humana, a veces en forma de cabra o de burro.

“TATA, MIRA MIS DIENTES”, ES LO ÚLTIMO QUE ESCUCHAN LOS QUE SE TOPAN CON EL CHOCO EN LA NOCHE

Sobre el nombre “Choco” hay quien dice que este mote se le adjudicó porque es una forma de nombrar a las entidades diabólicas, pero también se explica que el apelativo deriva del término náhuatl choca que significa llorar, ya que es su llanto es una de las principales formas a través de la cual anuncia su presencia tanto en el puente de San Gonzalo, en las márgenes del río, como en las ruinas de la hacienda de Coahuixtla.

La leyenda del Choco y su contexto histórico y cultural

La leyenda del Choco es una de las historias más conocidas en la región donde se encuentra la hacienda de Coahuixtla, ubicada en San Pedro Apatlaco, pueblo perteneciente al municipio de Villa de Ayala, Morelos. Las actividades de esta hacienda datan del siglo XVI cuando se estableció ahí un trapiche para la molienda de caña de azúcar, producto que fue introducido por los españoles y que rápidamente fue ganando terreno en los vastos valles morelenses donde los ríos proporcionaban el agua para irrigar los sembradíos. Las haciendas que se instalaron desde la época colonial en lo que hoy es el actual Morelos han dejado numerosas huellas en este territorio en muchos aspectos. Hoy día la mayoría de ellas están en ruinas y abandonadas, resistiendo el paso del tiempo y las embestidas de los terremotos; hay otras que son utilizadas como viviendas; algunas son propiedad privada y se destinan para diferentes usos como escenarios de fiestas, balnearios, entre otros. También hay haciendas que fungen como museos, como la hacienda de Chinameca, en Villa de Ayala, que alberga al Museo Nacional del Agrarismo.

Para pedirle un favor al espíritu de la montaña, ha que saber por dónde se accede a ella, que casi siempre es una cueva donde se le implora la ayuda en dinero u objetos.ASC

Las haciendas no sólo están presentes en los vestigios materiales, arquitectónicos, sino también en la memoria histórica y colectiva. La historia nos relata cómo un grupo de hombres se levantó en armas en Villa de Ayala en febrero de 1911 al grito de “arriba los pueblos, abajo las haciendas” puesto que éstas representaban el despojo y la opresión de las familias campesinas. Los personajes alzados son los que dieron vida al Ejército Libertador del Sur y fueron conocidos como “Zapatistas” en alusión a su líder el general Emiliano Zapata Salazar.

Dentro de la memoria colectiva, las haciendas son los escenarios no sólo del trabajo esclavizado, de las interminables deudas en las tiendas de raya, de las batallas que libraron los zapatistas durante la Revolución mexicana, sino también de innumerables sucesos como apariciones de entidades condenadas a deambular entre el mundo de los vivos y los muertos. En el caso de la leyenda del Choco la historia no se desarrolla propiamente en la hacienda, pero todo el contexto está ligado a ella.

La trama de esta leyenda transcurre en un escenario marcado por las relaciones que había entre la hacienda y los trabajadores, una relación basada en la explotación. Se expresan claramente las ideas sobre las diferencias de las condiciones de vida que tenían los hacendados y la gente del pueblo, quienes eran los que mantenían de pie la producción que hacía ricos a los dueños de las haciendas. La joven Micaela cuya familia era muy pobre anhelaba tener una vida ostentosa como la que llevaban sus patrones. Esto la llevó a cometer un acto reprobable desde la óptica de la moral cristiana como lo es la invocación del Diablo, el cual es un personaje malvado que siempre ofrece solución de problemas a cambio de algo, en este caso no se llevó el alma del personaje, pero usa a Micaela como medio para reproducirse y perpetrar el mal. La mujer no perdió su alma, aunque sufrió varias desgracias: las dolencias físicas, la exclusión social y la pérdida de un hijo.

El rechazo de Micaela obedece a los valores predominantes en la sociedad donde no era aprobada la práctica de las relaciones sexuales ni la concepción fuera del matrimonio, esto además del castigo social también devino en la sanción divina marcada por la procreación con la entidad diabólica, la separación y pérdida abrupta del hijo. En ese sentido, el mensaje es contundente, tras el pecado deviene la punición.

La representación del Diablo en el Charro Negro

Por otra parte, respecto al personaje del jinete se pueden hacer algunas observaciones. Existen numerosos relatos que hablan del Charro Negro que se aparece a los humanos para darles riqueza a cambio de algunos trabajos o, en su defecto, de su alma. En este caso el hombre que enamoró a Micaela comparte los mismos atributos y con él también viene otro rasgo que es sancionado por la sociedad, el hecho de conseguir fortuna a través de medios no comunes. Es decir, la riqueza que no es producto del trabajo no es bien vista. Micaela obtuvo la solución de sus carencias económicas ofreciendo su cuerpo. Este caballero tiene características similares a las representaciones que se hacen del Diablo en otros relatos: un tipo apuesto, refinado, con ropa elegante, por lo general oscura, ostentando dinero.

En este ejemplo, el jinete es reconocido como el Diablo asociado al prototipo del charro. Sin embargo, la descripción del enamorado de Micaela también está asociada a otro personaje de leyenda —conocido tanto en Morelos como en Guerrero—: Agustín Lorenzo, de quien se cuenta que era un hombre apuesto, de vestimenta impecable, con abotonadura de plata y montaba un excelso caballo negro. Es importante hacer mención que el relato presentado aquí es una de varias versiones que existen en torno al Choco. Hay relatos que afirman que el charro que se relacionó con Micaela era un hacendado, entonces ahí podemos apreciar cómo la hacienda está ligada a la noción de riqueza y es símbolo de opulencia.

El Choco también es un personaje polisémico. Abiertamente en el relato se expresa que se trata del hijo del Diablo. Entonces, en primera instancia, con esta referencia se nos presenta como un ser maligno; incluso algunas variantes de esta leyenda aseguran que luego de que el Choco le mostró los colmillos a su madrina la mordió en el cuello quitándole la vida y al igual que lo hizo con ella, cuando se les aparece a otras personas en el puente las ataca a mordidas con sus afilados colmillos. Ahora bien, sobre los testimonios existentes sobre el choco hay muchos en los cuales se describen algunas acciones que no son negativas, como el hecho de que juega con los niños. Algunos relatos indican que el Choco se aparece regalando dulces y comida a las personas, otros señalan que sólo les hace bromas o travesuras a la gente, e incluso se habla de que a algunos individuos que se pierden en el campo les ha ayudado a encontrar el camino de regreso a casa.

EL NOMBRE DE “CHOCO” EN NÁHUATL SIGNIFICA “LLORAR”, POR ESO, SE ESCUCHA EL LLANTO DE UN NIÑO

Con ello, podemos decir que es una entidad que muestra ambivalencia. Por un lado puede dañar, pero en otros contextos también puede ayudar. Esta característica es un rasgo muy peculiar en las entidades (los chaneques, el dueño del cerro, la dueña del agua, los aires) de la tradición cultural mesoamericana. Como ejemplo tenemos al dueño del cerro, este personaje que también ha sido identificado como el Diablo también presenta la particularidad de dañar o de auxiliar. Daña cuando alguien invade o accede a su morada sin permiso, y ayuda cuando se le pide y se le otorga un pago, generalmente en forma de ofrenda. En muchas comunidades al dueño del cerro se le pide por la salud de las personas.

Además de lo señalado otro aspecto que relaciona al Choco con las entidades de origen mesoamericano que viven en los espacios de la naturaleza está el elemento acuático. El momento cúspide del relato es cuando que el Choco revela sus dientes y se lanza al agua. En narraciones, de origen mesoamericano, pero que con el tiempo se han mezclado con las de la tradición europea, las entidades divinas tienen como morada o escenario de sus actividades el agua, ya sea en forma de manantial, pozo, canal, ríos o lagunas. El Choco tras su primer salto se sigue apareciendo en el puente o en las proximidades del río, el cual funge como su hábitat. 

El agua se presenta aquí como elemento nodal, un elemento vital para las sociedades agrícolas prehispánicas y para las comunidades campesinas que se levantaron en armas en 1910 exigiendo justicia y la restitución de las tierras, los montes y las aguas. En la actualidad, el puente de donde se arrojó al agua el hijo del Diablo es conocido como “el puente del Choco”. En una versión de esta leyenda se narra que cuando se lanzó del puente, ocasionó un socavón que quedó a manera de cueva, la cual utilizó como guarida. Incluso se afirma que cuando se desarrollaban los episodios durante la revolución, el Choco presenció las barbaries cometidas por el Ejército federal en contra de la población y se escondió en su cueva. En algunas comunidades indígenas se considera que los chaneques son los guardianes del bosque y cuando perciben la presencia humana se arrojan al agua —ya sea río o laguna— y a través de un canal subterráneo llegan a la cueva del cerro en donde se resguardan.

Como podemos apreciar, la leyenda del Choco, en sus múltiples versiones, es un relato en el cual convergen ideas, nociones, conceptos, símbolos que no son privativos de él sino que también encontramos en otras narraciones que dan cuerpo a la tradición oral de las comunidades rurales. En la trama del Choco se pueden identificar elementos históricos, religiosos, cosmovisionales, y es a través de estos aspectos que los pueblos representan, describen, explican el mundo y la vida con todas sus vicisitudes en un momento determinado. La leyenda del Choco, que ha perdurado en el tiempo, gracias a la transmisión de generación en generación, ha cumplido diferentes roles; más allá de ser una historia para asustar a la gente, es una muestra de lo que todavía es significativo para los pueblos en términos de su cultura y en términos de su historia propia.

Por Agencias