A finales de septiembre de 1923, la renuncia de Adolfo de la Huerta a su cargo como secretario de Hacienda significó su ruptura con el presidente Álvaro Obregón, así como la fractura definitiva del triunvirato sonorense que había dominado el poder político en México durante aquellos años.

Durante los primeros días de octubre de 1923, el Partido Nacional Cooperatista (PNC) se fortaleció al conseguir la presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Diputados. El líder de la entidad política, Jorge Prieto Laurens, celebró el triunfo de su bancada para presidir el máximo órgano colegiado del pleno.

Gran expectación se presentó en la sesión del Congreso, en la que un grupo mayoritario de legisladores delahuertistas protagonizaron una agitada celebración en la que salieron a relucir balazos al aire, sin repercusiones graves que lamentar más allá de la exaltación propia del momento.

En otro suceso relevante, el entonces gobernador del estado de Guanajuato, Enrique Colunga, tomó posesión como nuevo secretario de Gobernación. Nombrado por Obregón, el nuevo integrante del gabinete federal sustituyó al general Calles en el cargo.

A estos hechos se sumó la renuncia del gobernador del Distrito Federal, Celestino Gasca, quien dimitió para incorporarse al equipo de campaña de Calles. Con ello, el candidato del oficialismo cada vez sumaba más adeptos de peso a su causa.

A CONTRACORRIENTE

En cuanto a Calles, vivió una oleada de momentos adversos. Por un lado, se dedicó a desmentir categóricamente las versiones sobre un presunto pacto político que este habría alcanzado con De la Huerta, además de los rumores sobre supuestas reuniones celebradas entre los sonorenses con fines electorales.

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Por otro lado, el exsecretario de Gobernación, procedente de Monterrey, continuaba con su gira electoral en la zona del Bajío del país, donde se presentó una situación clave para el futuro del proceso electoral y de su carrera política.

Mientras se encontraba reunido con sus partidarios en un evento proselitista en la localidad de San Luis de la Paz, Guanajuato, algunos concurrentes lanzaron gritos de “¡Viva Cristo rey!”, en repetidas ocasiones. En respuesta, los seguidores callistas corearon un contundente “¡Viva Calles!”.

Todo sucedió cuando el líder de la campaña, Luis L. León, pronunciaba un discurso frente a la concurrencia. El también diputado, respondió de manera enérgica y reivindicó las causas revolucionarias por encima de las creencias religiosas.

Ante la tensión, el propio Calles tomó la palabra y dijo, “he venido aquí en mi gira de propaganda a propugnar por ideas, no a conquistar aplausos; vengo a definir mi actitud como revolucionario y no quiero el voto inconsciente de los engañados, sino el voto de los hombres libres que sepan a dónde y con quién van”, según consta en las páginas de Excélsior del 13 de octubre de 1923.

El aspirante acusó a los manifestantes de haber sido enviados por algún mando clerical a manchar su mitin. Sin embargo, más adelante reculó y dijo respetar las convicciones del cristianismo. El acto continuó y concluyó con un banquete; sin embargo, el hecho representó uno de los tantos encontronazos entre católicos y callistas.

¿Y DE LA HUERTA?

Durante una de las sesiones de la Cámara baja, el propio Calles volvió a ser señalado de ser el autor intelectual del asesinato de Francisco Villa en julio de 1923, luego de que este último declarara su simpatía por De la Huerta para la Presidencia

En esos mismos días se celebró una manifestación por parte de simpatizantes adolfistas en Guanajuato.

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Con Información de Excelsior

Por Agencias