Miguel Ángel Grijalva Villa, egresado del programa de la promoción VIII de doctorado en ciencias sociales, 2020-2023. Línea Nuevas Movilidades: Migración y Ecosistemas de Innovación Transfronterizos de El Colegio de Sonora.

Del 22 al 24 de octubre del presente año, en la ciudad de Kazán, Rusia, se celebró la decimosexta edición de los BRICS, con la participación de 36 países del denominado sur global, naciones sin desarrollo o en vías de desarrollo que están bajo la esfera de influencia de este bloque comercial. La idea de este foro, si bien no es una confrontación directa con la hegemonía de los países del G7 o la Unión Europea (UE), busca crear un sistema político, económico y financiero independiente de la influencia occidental encabezada por Estados Unidos (EE. UU.) y sus aliados.

Por otro lado, la segunda victoria de Donald Trump podría llevar a una revisión en diversas organizaciones internacionales como la ONU, OTAN, OMS, e incluso el T-MEC. El presidente electo, caracterizado por su enfoque negociador agresivo, pondrá en duda la funcionalidad de dichas instituciones, además de continuar la guerra comercial con China y realizar un cambio drástico en el apoyo económico a Ucrania.

La situación política mundial marca un cambio significativo en el ámbito económico y comercial. La zona euro (aliada natural de EE. UU.) registró un crecimiento de 0.5 % y 0.9 % en 2023 y 2024, respectivamente; un incremento insuficiente para mantener su ventaja económica sobre los BRICS, que en promedio crecen a un ritmo del 3.44 % en el año actual, casi cinco veces más. A su vez, el G7 incrementará su economía a un ritmo de 0.9 %. Además, si se considera el aspecto demográfico, el sur global posee una mayor población con la cual puede impulsar su economía, sumado al interés legítimo en atender el problema de la baja natalidad, un tema que, en Occidente, debido a factores de género, no se aborda con la seriedad que la problemática demanda.

Este contexto puede motivar a EE. UU., bajo la administración de Trump, a aislarse o distanciarse de sus aliados convencionales, que podrían representar un lastre más que un apoyo para la hegemonía estadounidense. Así, para mantener un vínculo comercial, estos aliados tendrían que ceder más ante las demandas del mandatario. Surge, entonces, un nuevo orden político caracterizado no tanto por la globalización que existió desde 1991, sino por una regionalización, en la cual las hegemonías dirigirán la política internacional. En este esquema, Europa, Iberoamérica y Oceanía serían periferias de Norteamérica, mientras que África, Eurasia y el sudeste asiático estarían bajo la influencia de Rusia y China. En particular, China tendría un rol destacado en el sudeste asiático, una región que, a pesar de resistirse a una integración total con el gigante asiático, podría perder esas cadenas productivas debido al aislacionismo de EE. UU.

El nuevo orden político se centra en las regiones donde las hegemonías buscan influir y, de esa forma, repartirse los mercados internacionales, en contraste con la globalización económica, que pretendía un mercado global sin fronteras políticas. En este escenario internacional, México una vez más parece quedar a la deriva, producto de las estrategias diplomáticas deficientes de las administraciones anteriores y la actual. Aunque el país sigue siendo parte del T-MEC, la reciente reforma judicial ha encendido las alertas sobre la inversión estadounidense. Por otro lado, en el contexto de los BRICS, China solicitaría reformas de liberalización económica que harían que las reformas estructurales de la administración de Peña Nieto parecieran «socialistas». El aislamiento que México podría experimentar en los próximos años podría ser aprovechado por el partido oficialista para afianzarse en las casi extintas instituciones y, con ello, perpetuarse en el poder, aunque esto significaría cerrar la economía a los mercados regionales, beneficiando a los oligarcas de este país, como sucedió con el primer modelo de sustitución de importaciones.

Por Agencias

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