Los Consejos buscaron entonces a los tlacuilos, escritores-pintores, convertidos en decoradores de templos católicos, para que produzcan la nueva tradición. Del siglo XVI al XVII surgen en abundancia los códices llamados “coloniales”, que permiten conservar el antiguo sistema de “escribir pintando”. A ellas, los escritores-pintores empiezan a tratar de incorporar elementos de la convención europea y letras que combinan con sus dibujos, hasta llegar a los llamados Códices Mixtos y los del Grupo Techialoyan. Desde el principio aparecen nuevos temas, como el de la ayuda de ciertos grupos indígenas a la conquista y dominación españolas. Un ejemplo de esto es el Lienzo de Tlaxcala o el Cuauhquechollan.
Académicos de la UNAM recordaron que hace 15 años, a invitación del entonces cronista de Azcapotzalco, acudieron a un domicilio particular en la alcaldía Coyoacán y vieron por vez primera las pictografías, mediante un monitor. Fue hasta hace dos años que autoridades de la BNAH pudieron verlos de forma directa y gestionar un estudio para confirmar su autenticidad, lo que ha implicado el análisis de su composición, por parte de los expertos del Instituto de Física de la UNAM y de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH.
Los exámenes preliminares demostraron que fueron hechos en papel amate, sobre el que se aplicó una capa de yeso, laca cochinilla, tintas obtenidas de plantas y de carbón, e índigo, para obtener los colores rojo, amarillo ocre, negro y azul.
La Tira de Tetepilco, compuesta por 20 láminas plisadas en biombo, narra la historia de Tenochtitlan por medio de cuatro temas: la fundación de la ciudad, en 1300 (lo que implica un desfase de 25 años); el registro de los señores que la gobernaron en tiempos prehispánicos; la llegada de los españoles, en 1519, y el periodo virreinal, hasta 1611.
Se consigna la reunión, entre 1427 y 1440, del tlatoani Itzcóatl con el tlacatecatl o jefe de su ejército, Moctezuma Ilhuicamina (a la postre tlatoani), quien había logrado la conquista de Tetepilco, cuyo señor, Huehuetzin, y su corte de nobles aparecen rindiendo vasallaje. En pocas palabras, el mensaje es mostrar la incorporación de Tetepilco a la historia de Tenochtitlan.
Por lo que toca al Mapa de la fundación de Tetepilco, investigadores de la UNAM explicaron que contiene información histórico-geográfica, incluidos registros, coincidentes con ubicaciones reales, de los topónimos de Culhuacan, Tetepilco, Tepanohuayan, Cohuatlinchan, Xaltocan y Azcapotzalco.
En tanto, el Inventario de la iglesia de San Andrés Tetepilco, formado por dos hojas de papel amate pegadas, sobre las que se aplicó una capa de cal, registra una lista de los bienes de dicho templo, entre ellos: cinco trajes rojos, probablemente prendas usadas por un sacerdote, instrumentos de viento, una silla de mano, estandartes y representaciones de imágenes religiosas.
Los códices coloniales, utilizados en litigios, aún se conservan en archivos como el Archivo General de la Nación (AGN) y el de la Reforma Agraria, integrados a expedientes legales. El Fondo de Códices, creado para fines didácticos y de estudio, se alojó originalmente en el Museo de Antropología e Historia, mostrándose parcialmente en la Sala de Códices. Ahora, este acervo se encuentra en el Museo Nacional de Antropología, enriquecido por documentos del Archivo Histórico del INAH, dentro de la sección de Testimonios Pictóricos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, formado por colecciones antiguas y códices de pueblos indígenas. Aún en los pueblos originarios, una cantidad considerable de manuscritos pictóricos es custodiada por autoridades tradicionales.
Desde la llegada de los españoles, los códices se dispersaron, convirtiéndose en regalos para nobles europeos y adquiriendo valor comercial como objetos de curiosidad. Esta práctica llevó a su extracción y venta en Europa, eliminando el sentido de colectividad en favor del provecho económico individual, lo que impidió su conservación en México. Durante los siglos XVIII y XIX, la demanda europea por estos objetos de curiosidad aumentó, causando su éxodo hacia países europeos y, posteriormente, hacia Estados Unidos, donde se formaron nuevas colecciones. En la actualidad, México protege los códices como patrimonio nacional.