La segunda parte de la adaptación de Dune de Denis Villeneuve, eficazmente titulada Dune: parte dos, contiene una sola línea que se dirige tanto a los fans del libro de Frank Herbert como a su protagonista, Paul Atreides. La pronuncia Chani, concubina de Paul en la novela de Herbert y también (de forma escéptica) en la meticulosa reinvención de Villeneuve. “¿Quieres controlar a la gente?”, pregunta Chani retóricamente. “Diles que vendrá un mesías. Esperarán. Durante siglos”.

Los seguidores de Dune no tuvieron que esperar siglos, pero la expectativa por una adaptación fiel y bien ejecutada del libro de Herbert de 1965 es legendaria. El director chileno Alejandro Jodorowsky intentó y fracasó en su esfuerzo por hacer la película en los setenta. David Lynch realizó una en los ochenta que es un clásico del cine, pero que tiene dificultades para mantener la congruencia. Extensas y complejas, las páginas de Dune tienen un peso casi imposible de filmar. Para cualquiera menos para Villeneuve.

Dune en el siglo XXI

La cuestión es que, a ojos de Villeneueve, Paul no es un mesías. Ese es el truco. Dune: parte dos cumple la profecía de lo que la historia puede ser en lugar de lo que fue. Durante años, la novela de Dune ha sido tratada, por los directores y muchos lectores, como un viaje del héroe: la búsqueda de un joven en una tierra extraña que salva a los habitantes del planeta rico en recursos Arrakis, los Fremen, del dominio extranjero, mientras resuelve algunas cuestiones freudianas por el camino. Cambia a Luke por Paul y a Darth Vader por el barón Harkonnen, y es Star Wars hasta el final; aunque Dune lo hizo primero. No hay tensión, solo un parpadeo de lucha interna, y entonces Paul “el mesías”, el Lisan al Gaib, acude al rescate montado sobre un gusano de arena.

Dune: parte dos, que retoma el relato donde se quedó en 2021, elimina la apariencia de “salvador blanco” de aquella versión de la historia. En cambio, presenta a Paul (Timothée Chalamet) como un chico consciente de que su condición de héroe no es más que el resultado de décadas de construcción de mitos por parte de su madre, Jessica (Rebecca Ferguson), y las Bene Gesserit, que básicamente son brujas espaciales. Llevan años prometiendo a los Fremen un salvador, y cuando llega Paul y Stilgar (Javier Bardem) empieza a vociferar sobre profecías cumplidas, Lisan al Gaib le susurra a su madre: “Mira qué bien se arraigó tu propaganda Bene Gesserit”.

El papel de Jessica, como el de Chani (Zendaya), tiene muchas más dimensiones en las películas de Dune que en el libro. Villeneuve me contó que esta profundización en las perspectivas femeninas se produciría incluso antes de que estrenara la primera entrega. Quería que hubiera igualdad entre los géneros y que Harkonnen no fuera una caricatura, como una Úrsula de Disney en un viaje de poder cada vez peor. “El libro es probablemente una obra maestra”, me compartió cuando hablé con él en 2021, “pero eso no significa que sea perfecto”. Tales defectos patriarcales heteronormativos le brindaron espacio para explorar. Chani desempeña ahora el papel de guerrera que se niega a doblegarse ante su novio y no se traga las patrañas del mesías. Paul, como expuso tan acertadamente mi colega Jason Kehe al conectar los puntos en común entre Dune y los participantes del festival Burning Man, va “al desierto, se convierte en mesías y acaba siendo un maldito monstruo”.

Por Agencias

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