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Legado ancentral: Los mensajes ocultos de los templos totonacas

Sumérgete en el mundo de los dioses, rituales y creencias de…

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Provenientes del Altiplano en tierras altas, aproximadamente entre los años 750 a 800 d. C., llegaron los primeros grupos totonacos a la actual sierra norte de Puebla y fueron quienes, a decir de varios investigadores, fundaron los primeros asentamientos humanos de la región, avanzando hasta llegar a la llanura costera y la costa del Golfo de México, consolidando un vasto territorio conocido con el nombre de Totonacapan. Colindaban al norte con los huastecos, al sur con algunos grupos de filiación azteca, y al oeste tenían como vecinos a los tepehuas y a los otomíes. Para el siglo XVI el Totonacapan albergaba un total de 55 poblados en lo que es hoy el estado de Veracruz, 160 en Puebla y unos cuantos sin precisar en Hidalgo. Del mismo modo, en la mayor parte de estos territorios la población hablaba exclusivamente la lengua totonaca, aunque otros dominaban el náhuatl y el totonaco, y en ciertos casos había quienes conocían el idioma otomí.

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El Tajín, puerta al firmamento

Poseían dos calendarios, uno lunar y otro solar, el primero se vinculaba más a la religión. En los nichos de la pirámide del Tajín se representa su calendario lunar de 364 días correspondientes a 13 lunaciones de 28 días cada una. Había señoríos encabezados por un gobernante, el cual era asistido por varios consejeros. También tenían sacerdotes, quienes gozaban de gran reputación entre la población, ya que éstos se encargaban del culto a los dioses y de la organización de las fiestas, llevaban el registro de los códices, hacían observaciones astronómicas y realizaban los cálculos de los calendarios solar y ritual.

Ruinas de la ciudad de El Tajín, Veracruz. Los arqueólogos ubican la existencia de la capital totonaca entre el periodo 600 a. C. y 1200 d. C. Al fondo la pirámide de Los NichosiStock

Mictlantecuhtli, «El gran señor de la muerte», dios de la muerte en la cultura totonaca. Hasta ahora es la única escultura hallada en barro sin cocer en toda la región mesoamericana.Shutterstock

Los totonacos prehispánicos veneraban a algunos dioses de los mexicas debido a la influencia tolteca y teotihuacana, no obstante, también tenían sus propias deidades locales. Veneraban al Sol, la Luna y a Venus como padre, madre e hijo; Tajín, el dios Huracán, Tlazoltéotl, considerada suprema partera; Mictlantecuhtli, el señor de los muertos; Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Tláloc y Chalchiuhtlícue, entre otros. Es oportuno mencionar que, debido a que los mexicas conquistaron el Totonacapan en épocas muy cercanas al arribo de los españoles, su dominio sobre los totonacos fue relativamente breve, por lo que la influencia cultural ejercida sobre éstos no fue significativa. Sin embargo, el arribo de grupos nahuas “no mexicas” a la sierra, tuvo lugar desde épocas anteriores, motivo por el cual la lengua ya estaba difundida por toda la sierra y la costa. De la misma forma, los elementos culturales nahuas entre los totonacos fueron producto de siglos de intercambio entre esta región y sus vecinos.

EL TAJÍN ES UN SITIO ESENCIAL COMO CENTRO RELIGIOSO Y POR SU DESARROLLADA ARQUITECTURA

Por su importancia como centro religioso y de una desarrollada arquitectura, hay que considerar al Tajín como un sitio central para el estudio de la religión de las antiguas civilizaciones que lo habitaron. Por otro lado, resulta difícil conocer las prácticas que se realizaban al interior del sitio, puesto que su estudio sólo se puede basar en el análisis arqueológico de sus vestigios materiales y de la interpretación de los murales que han permanecido hasta la actualidad. Si bien los complejos arqueológicos no tienen relación con las tradiciones totonacas, es de considerar que la llegada de éstos a la costa ocurrió en alrededor del año 850 de nuestra era, por lo que las características culturales de los grupos totonacos prehispánicos se vieron influidas por el Tajín.

Figurilla de Tlazolteotl, diosa del amor lujurioso, la fecundidad y los nacimientos. La deida porta una falda larga con cinturón de serpientes, similar a un cihuateteotl, la prenda con la que solían cubrir a las mujeres que morían al parir.INAH/ Museo Nacional de Antropología

Entre las figuras halladas en este sitio se encuentran diversas imágenes asociadas al dios Tláloc, en las que se le ve interactuando con personajes humanos y portando su característica máscara dentada con anteojeras. Igualmente, en las pinturas murales se observan detalles iconográficos donde se reconocen elementos que le otorgan un gran parecido al dios Chaac de los mayas. Destaca una representación ubicada en el tablero central del juego de pelota sur, donde se puede reconocer a un personaje atado sobre un diseño que representa agua; dicha imagen fue identificada por el antropólogo Roberto Williams, en 1993, como la deidad Aktziní. Una figura semejante también aparece en una pintura mural de las Higueras. Aktziní es considerado como una de las principales divinidades que caracteriza a los totonacos, su difusión va desde la costa del Golfo hasta las regiones más alejadas de la sierra norte de Puebla. A decir de Williams, la figura representada en el Tajín es la del dios Huracán, quien sobrevive en la actualidad con diversos nombres, como Trueno Viejo, Aktziní, Nanahuatzín y Áktzin.

LOS TOTONACOS TAMBIÉN ADORARON A DEIDADES MEXICAS DEBIDO A UNA RAÍZ OLMECA COMÚN

Cerámica de personaje ataviado con atuendos del dios Tláloc (Ca. 600-900 d.C.). Sobresale el nivel logrado en el modelado. Aquí, se ha conseguido un efecto de serenidad, por otro lado, los tocados lucen sencillos, aunque habitualmente elaborados.INAH/ Museo Nacional de Antropología

Religión de los pueblos totonacos

Respecto a las prácticas religiosas de los totonacos prehispánicos es importante considerar la crónica de Fray Bartolomé de las Casas, quien hace una descripción sobre la religión de los totonacos de Cempoala a partir del escrito del paje Francisco Ortega, joven que de 1519 a 1523 fue dejado por Hernán Cortés al cuidado de Chicomacatl (el Cacique Gordo). Durante ese tiempo aprendió la lengua totonaca y escribió los textos que posteriormente entregó al fraile. En esta crónica, se destaca que los totonacos tenían templos dedicados específicamente para rendirle culto al Sol, al cual llamaban Chichiní, asimismo, en su honor se realizaban sacrificios humanos extrayendo los corazones de las víctimas. También se practicaba el autosacrificio, la circuncisión de niños y una fiesta que se celebraba tres veces al año en la cual se sacrificaban 18 hombres y mujeres como mensajeros al Sol para implorarle que enviara a su hijo, puesto que consideraban que con su llegada se abriría una época de abundancia y bienestar.

Por otra parte, una de las principales deidades de los totonacos era una diosa señora de los cielos y mujer del Sol, cuyos templos se hallaban en las montañas más elevadas. Su nombre era Centeutl (diosa del centli, que es la mazorca del maíz), a la cual también nombraban Tonacayohua (que quiere decir de los panes y mieses), y las crónicas refieren que le tenían gran estima porque rechazaba los sacrificios humanos, y en su lugar pedía como ofrendas tórtolas, pájaros, conejos, yerbas y flores. Las ceremonias en su honor eran dirigidas por seis sacerdotes, los cuales se veían obligados a hacer ayunos y vivir en castidad. Uno de ellos, el de edad más avanzada, era el supremo, mientras que los otros cinco fungían como principales. Al sacerdote principal se le nombraba papa, palabra que en el totonaco de la actual sierra norte de Puebla refiere a la Luna, astro que se caracteriza por ser masculino. Fray Bartolomé de las Casas menciona al respecto en sus crónicas:

Crónicas del fray Bartolomé

“En la provincia que dejimos de los totones o totonacas, eran puestos en el sacerdocio por elección […] Eran elegidos en aquella provincia seis: el uno, en summo pontífice y papa, si es verdad que así lo llamaban, y los otros en sacerdotes de mayor dignidad el uno que el otro, cuanto era más cercano en número al más alto como diciendo así: el primero es el summo; el segundo después dél era otro; el tercero, otro y así de los de- más. Y según aquel más o menos propinco en número, era mayor o menor en poder y dignidad. Cuando el summo pontífice o papa moría […] sucedía en el summo pontificado el segundo sacerdote, como la segunda dignidad, al cual los otros sacerdotes con gran fiesta que hacían lo ungían y consagraban con un ungüento hecho de un licor que se llamaba en su lengua ole, y de sangre de los niños que circuncidaban. Esto se ponía en la cabeza y por esta unción y ceremonia tomaban y aprehendían la posesión”.

Posteriormente se describen con detalle los rituales que llevados a cabo por dichos sacerdotes: “[…] el ordinario y cuotidiano cultu y sacrificio que los sacerdotes hacían era, que luego que salía el sol, de mañana, el summo pontífice que dejimos llamarse papa, iba delante, y los otros en renglera detrás dél […], y entraban en el templo. […] Allí se encomendaban a Dios, o a los dioses, o al sol, o a lo que representaban los ídolos. Luego el segundo sacerdote en dignidad, de seis que por sus grados entran, y traían un incensario de barro, o sahumerio […], lleno de ascuas encendidas, y el papa o summo pontífice sacaba de un calabazuelo […] unos olores suaves de ciertas especies aromáticas, y copal, que es el ordinario y común incienso, y poníanlo en las brazas tocándolo con la mano, como bendiciéndolo. Iba luego aquel segundo sacerdote, y poníase derecho al cielo, alzando en alto el sahumerio tres veces, haciendo reverencia al sol, de donde (según opinaban y creían) los otros dioses habían descendido.

Mural de Diego Rivera que muestra celebraciones y ceremonias totonacas en el Palacio Nacional.Getty Images

Acabada esta ceremonia y reverencia hecha, y sacrificio al sol ofrecido, el summo pontífice tomaba el incensario e íbase primero al dios o ídolo que arriba dejimos estar de los otros en medio, como a principal y sahumábalo tres veces […]. Después daba el incensario al segundo […] luego que lo tomaba incensaba o sahumaba al summo pontífice, y después a los otros sacerdotes, uno de los cuales, tomando el incensario iba al summo pontífice y poníase […] en cuclillas, con gran reverencia, y el pontífice tomaba del calabazuelo de aquellas odoríferas especies y poníalas en el incensario saliendo fuera y haciendo humílimo acatamiento al sol. Luego aquella brasa ya tan bendita se repartía y echaba en cuatro partes de los altares, los cuales eran redondos […]. Asentábase luego el summo sacerdote y los otros también, según los grados de su dignidad y orden”.

Cabeza de un dios del viento, 400-600. México, Veracruz Clásico (Totonaco o Tajín), Clásico temprano, siglos V-VII. Hecho en piedra volcánica gris.Getty Images

Templo de las ChimeneasShutterstock

Ofrendas y culto a los dioses

Los totonacos trataban con mucho cuidado a las imágenes sagradas, las crónicas refieren que, “los señores podían tener y tenían por sus leyes seis dioses o ídolos en sus casas”, los nobles disponían de cuatro y los plebeyos y ciudadanos de dos. Dichas imágenes eran guardadas en “bultos” a “modo y forma de una campana”, envueltos con mantas. En el templo guardaban “un ídolo hecho de pino” que representa una figura humana “con todos sus miembros”, ubicado en un lugar muy decente, apartado, muy barrido, limpio y ataviado siempre con muchas rosas y flores adornado”. Se le colocaban ofrendas, delante de él se ponía cacao, frutas y una gran diversidad de guisos especiales. Al restituirlo a su altar, celebraban, lo sahumaban y comían con él toda la comida que le habían ofrecido. Las imágenes guardadas en las casas eran llevadas cada año a los templos; permanecían ahí cinco días junto al dios grande, después las devolvían en procesión a sus hogares.

Para finalizar, debemos señalar que resulta sumamente difícil conocer la religión de los totonacos prehispánicos, ya que no se sabe hasta el momento un mayor número de documentos escritos por cronistas, como en el caso de los mexicas, sin embargo, los pocos datos que se pueden hallar sirven para comprender el pensamiento religioso totonaco, así como de sus prácticas rituales. A lo largo y ancho del Totonacapan se encuentra una diversa complejidad de expresiones rituales, resultado de la multiculturalidad al interior de la región, así como de su vecindad con grupos étnicos con los cuales los totonacos se relacionaron antes de la llegada de los españoles.

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