Era casi el mediodía de aquel jueves 14 de septiembre, cuando un joven mexicano de escasos 42 años, que ya para entonces había sido rector de la Universidad Nacional, empezó a hablar a un grupo de 272 ciudadanos. Reunidos en asamblea en “la planta alta del edificio del Frontón México”, habían sido invitados a deliberar para ponerse de acuerdo en torno a un cuerpo de principios doctrinales, cuyo contenido guiara la participación que estaban dispuestos a desarrollar en la vida pública. Cosa rara para la época, el grupo incluía a no pocas mujeres.

El orador, que catorce años antes había sido el creador y primer director del banco central del país, el Banco de México, se dirigió a la audiencia para “agradecer profundamente su presencia” y congratularse porque, dijo, “desde hace más de medio año hemos esperado intensamente esta ocasión”.

El grupo, aquel al cual se dirigió el orador, estaba integrado por ciudadanos procedentes de los más diversos rumbos de la República. Lo formaban ciudadanos distinguidos que gozaban de general estimación entre los vecinos de sus regiones de origen, muchos de ellos con proyección en el ámbito nacional. Reconocidos, además, por tratarse de personas de amplia preparación, pues la mayoría eran profesionistas, de imagen y trayectoria personal respetables.

Predominaban, es cierto, los abogados, pero no todos lo eran. Había arquitectos, médicos, ingenieros, historiadores, periodistas, académicos, geógrafos, físicos (de la talla de Valentín Gama y Pedro Zuloaga, por ejemplo), artistas, escritores, músicos (entre otros, nada menos que Miguel Bernal Jiménez), poetas, empresarios, todos ellos de gran prestigio y reconocimiento.

Con atención escucharon al orador, que era el autor de la mayor parte de la legislación fiscal, financiera y bancaria del país, quien en poco más de media hora les hizo una clara exposición de la grave situación que enfrentaba México a finales de los años treinta del siglo pasado, de las posibilidades que se abrían para su rescate y lo que podía esperarse de su intervención organizada y permanente en la vida pública del país.

Sobre el primer punto, el orador —quien había sido subsecretario de Hacienda y eficaz negociador de la deuda externa del país después de la Revolución—, dijo: “la sociedad actual está sacudida desde sus cimientos y parece haber perdido la noción misma de trayectoria y de destino, porque México pasa por una época de especial confusión y los problemas tradicionales trágicamente intactos se agravan con problemas nuevos de extrema gravedad; y porque una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de ‘ideologías’ contradictorias, de mentira sistemática, impide la visión limpia de la vida nacional”.

Dijo también: “En los últimos años, la vida pública ha sido tan frecuentemente una mera explotación del poder… que la mayoría ciudadana, la que conserva y se inspira en la verdadera tradición nacional, la que piensa, trabaja, crea y construye, no ha tenido otro contacto con la acción política que el de sufrir su violencia y sus exacciones. El grupo de hombres adueñados del gobierno, cada vez más alejado del interés nacional, se preocupa exclusivamente por la retención del poder mediante alianzas o complacencias exteriores, disfrazadas de radicalismo, mediante la corrupción y el engaño…”

Continuó el orador su exposición, así: “La grave y magnífica responsabilidad de decidir sobre la suerte de la Nación, recae sobre todos sus miembros, y es deber primario de cada uno de ellos, intervenir en la vida pública, haciendo valer sinceramente sus convicciones”.

Sin embargo, sobre el punto, en otro pasaje señaló que “para ser sincera (tal intervención) y para tener ímpetu, exige lo mismo la revisión de nuestra historia, que la resuelta acción inmediata y la paciente preparación del porvenir”.

Por eso, consideró conveniente aclarar desde el principio a los presentes la necesidad de “recordar constantemente que aquí nadie viene a triunfar ni a obtener; que solo un objetivo ha de guiarnos: el de acertar en la definición de lo que sea mejor para México”. Que no haya ilusos, para que no haya desilusionados.

Así dijo Manuel Gómez Morin, máximo constructor de instituciones, el mayor legislador de este país sin haber sido jamás diputado o senador, cuando los días 14, 15, 16 y 17 de septiembre de 1939 convocó a la fundación del Partido Acción Nacional, que por estos días patrios cumple 84 años.

Por Agencias