Según el Programa para el Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas, en nuestro planeta se producen al año más de 430 millones de toneladas de bolsas de plástico no biodegradable, que puede tardar siglos en descomponerse. Dos tercios de estos productos son de vida corta, convirtiéndose rápidamente en desechos que van a dar a rellenos sanitarios y alcantarillas, así como a ríos, lagos y mares, contaminándolos con efectos nocivos para el ecosistema y la salud. Por ello, actualmente existen normativas para la fabricación y consumo sustentable de bolsas de plástico con materiales que propicien su reintegración al medio ambiente. Sin embargo, los fabricantes se enfrentan a la dificultad de no contar con métodos que les permitan conseguir resultados rápidos y efectivos, a fin de obtener la certificación de tales productos.

Larvas devoradoras de bolsas biodegradables, donde la ciencia se encuentra con la naturaleza en una alianza inesperada contra la polución plástica.iStock.

Para resolver este problema, un equipo de investigadores del Instituto de Ingeniería (IINGEN) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha desarrollado el Método de Evaluación de Biodegradabilidad, Ecotoxicidad y Desintegración de Polímeros Compostable, que ganó el tercer lugar en la premiación del Programa para el Fomento al Patentamiento y la Innovación 2023, organizado por la Coordinación de Innovación y Desarrollo, a través de la Dirección General de Vinculación de la Universidad Nacional.

El método consiste en utilizar larvas de las especies Tenebrio molitor y Zophobas morio para degradar las bolsas de plástico, transformarlas en abono y demostrar que los materiales con los cuales fueron fabricadas no tienen efectos tóxicos. «Empezamos a probarlo y le vimos una ventaja muy grande porque estos animalitos se comen la bolsa: la muerden y digieren. El plástico pasa por su tracto y podemos ver cómo consumen cualitativamente este material. Lo interesante es que podemos analizar el excremento para saber si hubo cambio en la estructura química de la bolsa”, explica la doctora María Neftalí Rojas Valencia, líder del proyecto, iniciado en 2018.

La investigadora especializada en ingeniería ambiental agrega que “la mayoría de las normas tardan de seis meses a dos años en obtener resultados. Lo que distingue a este método es que, si dentro de los primeros siete días las larvas consumen el plástico, ello es indicio de que sí puede ser biodegradable y compostable. Si por el contrario, los animales no comen la bolsa de plástico y prefieren hibernar, quiere decir que quizás el colorante químico lleva alguna sustancia tóxica, como metales pesados: plomo o mercurio”.

En lo concerniente a las larvas, para evaluar una tonelada de plástico se necesitan aproximadamente 40 mil individuos. De ahí que, como parte del proyecto, se hayan empezado a cultivar, con el plus de que cuando llegan al fin de su vida útil pueden ser el alimento de peces o aves, sin representarles ningún riesgo, pues incluso se estudia su tracto digestivo para evitar que conserven dentro algún contaminante.

El papel crucial que podrían desempeñar en la promoción de prácticas más responsables de gestión de residuos.Shutterstock

Otra ventaja es que, al analizar los metales pesados que suelen aparecer en las heces de las larvas, se han encontrado micronutrientes con los cuales podría prepararse composta para fertilizar plantas.

Este método con larvas es una técnica novedosa, rápida, amigable con el ambiente porque, para su elaboración, no se usan reactivos químicos. Además, ocupa poco espacio y no requiere energía ni equipos sofisticados, lo cual beneficia al sector público y privado, principalmente a las fábricas de bolsas que precisan resultados rápidos y confiables”, concluye la doctora Rojas Valencia.

Por Agencias