Por seguir patrones de conducta equivocados, la humanidad está desorientada y camina hacia la experiencia de desastres ecológicos, los cuales, además, han sido generados por sus propias acciones.

Se interrumpió el ciclo de la vida al extraer el carbón de millones de años que estaba enterrado, con el fin de producir electricidad y, de paso, se generó contaminación; así como también, al romper la estructura del átomo con la intención de producir energía, se utilizó para aniquilar a seres humanos en las guerras mundiales. La combustión de recursos fósiles como el gas, petróleo y carbón son la principal causa del calentamiento climático a nivel planetario, y México no es la excepción, porque estos recursos representan la fuente principal de su electricidad. En México, también se sobreexplotan los acuíferos, a pesar de que el agua del subsuelo representa una gran reserva para el futuro, es decir, se extrae el vital líquido del manto freárico de manera desproporcionada porque el promedio de consumo por habitante es muy alto, además de su mala y desigual distribución.

La sobreexplotación de los recursos naturales ha puesto en jaque al planetaiStock.

De hecho, los suelos sanos representan el mayor almacén de carbono en la Tierra. Adicionalmente, los suelos albergan comunidades subterráneas de organismos vivos, los cuales proporcionan múltiples servicios ecosistémicos que benefician a todos, sin mencionar que, evidentemente, los suelos fértiles proporcionan la alimentación de gran parte de la raza humana. Pueden ayudar, también, a regular la calidad del aire y las emisiones de gases de efecto invernadero a través de la fijación de carbono, limpiando el aire para que podamos respirar. En suma, la biodiversidad y las funciones que nos proporciona tanto el agua como la tierra se ven amenazadas debido a las prácticas contaminantes y destructoras por parte de las sociedades contemporáneas.

Cosmovisión indígena: agua y tierra

Sin embargo, existen sociedades que han vivido a lo largo de su historia y lo siguen haciendo hasta el día de hoy comportándose en armonía con la naturaleza y los seres que la habitan. Tal es el caso de las comunidades indígenas mexicanas, mismas que tienen mucho que decir, porque son ellas quienes conservan los conocimientos necesarios para aprender a cohabitar con los elementos del medio ambiente basados en una filosofía y una cosmovisión de respeto y equilibrio con el entorno natural.

Las cosmovisiones de los diferentes pueblos indígenas en México están llenas de mitos y ritos asociados a la naturaleza. Desde hace siglos, en sus relatos y ceremonias se reflejan los saberes ancestrales que van acompañados de forma sincrética con los símbolos y la liturgia de la religión católica. Dentro de sus modos de vida comunitarios se encuentra la estrecha relación que existe entre las sociedades y los elementos de la naturaleza. Así, por ejemplo, el agua y la tierra se complementan de forma simbiótica para fungir como sostenedores del Cosmos y mantenerlo vivo y dinámico; y a partir de este binomio nace el resto de las formas que adquiere el paisaje, como son los cerros y los volcanes, los mares y las nubes, los árboles y las plantas.

Todas las acciones y creencias de los grupos autóctonos de México y, sobre todo, del medio rural, responden a las condiciones climáticas, a la fuerza del agua y al poder fecundador de la tierra que deja sus marcas en el paisaje. Sus señales y recorridos conforman geografías sagradas porque pertenecen a otra dimensión existencial, al mundo donde gobiernan seres o fuerzas de otros ámbitos, los mismos que tienen la facultad de irrumpir en nuestras vidas permanentemente, ya sea para beneficiarnos o bien, para dañarnos, dependiendo del cuidado recíproco que los seres humanos les brindemos. En sus narraciones se accede a la diversidad de la identidad indígena de México y a las historias primordiales que revelan las leyes de su organización social, las cuales buscan formas de preservar la vida y transmitir su cultura.

La veneración, el respeto y el temor son algunas respuestas y sentimientos que produce la manifestación de las lluvias o el viento, por ejemplo, entre los pueblos tradicionales que aún escuchan y atienden a su ecosistema.

En las comunidades campesinas o indígenas no prevalece la sobreexplotación de la tierra ni sus recursos.iStock.

El maíz y los territorios indígenas

El maíz es el resultado precisamente de esta interacción entre el mundo social y el mundo natural, es el gran ejemplo de una planta que responde frente a los cuidados intencionados del ser humano: ella sola no podría adaptarse, diversificarse, en fin, evolucionar. Su explotación, cultivo y propagación dependieron de la acción humana y de la observación de sus ciclos a lo largo de miles de años. En el México antiguo se le domesticó; esto quiere decir que en torno a él se estableció todo un sistema de subsistencia humana que se denomina: sedentarismo agrícola. Tenemos así que la agricultura es el fenómeno y la actividad fundacional de los grupos indoamericanos, mientras que es el maíz, el elemento central del bagaje ancestral mesoamericano. En términos económicos esto significa que, ligado a los grupos humanos, indefectiblemente se encuentra la tierra, precisamente la plataforma esencial que brinda la fertilidad milagrosa a su principal producto: el maíz, elemento en torno al cual se mueve todo el orden social de los pueblos indígenas para integrarse y vivir en retroalimentación permanente con los fenómenos naturales.

Ahora bien, al hablar de prácticas agrícolas, debemos referir asimismo a aquello que se denomina ecosistema, como un complejo adaptativo o unidad donde se da una correlación entre los seres humanos y el medio ambiente con el fin de recibir los frutos esperados. Todavía hoy, la riqueza biológica de los territorios indígenas en México se explica como resultado de los ecosistemas exitosos, en donde se desarrolla el tratamiento dado a la planta del maíz y las estrategias humanas creadas para su producción y diversificación.

Desde sus orígenes, el culto y la devoción al maíz, junto con las nociones relacionadas a la tierra de su cultivo, son el resultado de un conocimiento del ciclo agrícola y de los procesos naturales que intervienen en él. Todos aquellos saberes se fueron transmitiendo a través de infinidad de lenguajes y vías culturales cuya interpretación fue acomodándose dentro de esta estructura que llámanos cosmovisión y que, a su vez, forma parte de una tradición muy antigua mesoamericana. Todavía hoy, en todas las formas y tiempos, el maíz ocupa un lugar central del bagaje ancestral, tanto en las fiestas y ceremonias organizadas en torno al ciclo agrícola, como en la propia cocina mexicana, sin exclusividad de sitio alguno o región precisa.

¿Pero qué nos dicen estás prácticas agrícolas y campesinas de México para considerarlas ejemplo y modelo para detener la crisis climática? Sucede que en los territorios indígenas se producen cantidades moderadas, pero de amplia gama de cultivos y especies en adaptaciones regionales. Son estrategias de domesticación, manejo e innovación en torno a plantas cultivables, de modo que, indirectamente, la diversidad ecológica queda protegida en sus ciclos y recursos.

La conservación y la mejora de sus territorios permite la variabilidad en los recursos, se trata, pues, de ecosistemas donde un tipo de cultivo protege a otro. La explicación se encuentra en su composición a escala local, esta es: en un mismo ecosistema se siembra una mezcla de cereales o se unen especies; luego, esto se replica en distintos sembradíos.

La agricultura tradicional de “milpa”, donde se combina en una misma parcela el cultivo de maíz, calabaza y frijol, es la gran invención y ejemplo que brindan las sociedades campesinas mexicanas quienes controlan todos los elementos que son necesarios para el funcionamiento y reproducción de sus culturas: tierra, semillas, tecnología, organización del trabajo, conocimiento y prácticas simbólicas.

En esta línea, definir los territorios ocupados por población indígena es pensar en el uso y cuidado que le brindan, la convivencia respetuosa y la adaptación dentro de los entornos naturales nos debe llevar, ya no referirnos en términos de «zonas de refugio”, “demarcaciones políticas de pueblos indígenas» o «zonas marginadas«. Por el contrario: los estudios actuales a nivel nacional comprueban la correlación plena entre la etnolingüística y la diversidad genética de especies y sus variedades. Dicho de otro modo, se trata de una correspondencia absoluta entre los pueblos indígenas y la máxima conservación de los espacios naturales y en específico, las cuencas hidrológicas del país junto con sus recursos de agua, tierra y vegetación, así como los mayores servicios ambientales a los distintos ecosistemas mexicanos.

Esto nos habla de que las comunidades de tradición indígena en México, que habitan y coexisten con la tierra y el agua, no explotan ni extraen sus recursos, sino que intervienen y modifican los espacios para la sobrevivencia en primer lugar y, luego, para establecer un diálogo, una relación de cuidado y respeto con el hábitat y sus fuentes naturales.

Los pueblos tradicionales ven la riqueza en el fruto que da la tierra y no en el dinero.iStock.

Las comunidades y su entorno

Cualquier comunidad humana siempre tiene como propósito la integración social a partir de acciones cotidianas donde se conciben ellos mismos con referencia a un lugar significativo y donde se ha dado forma colectiva al entorno. Esta relación que establece el grupo social con el medio natural que los rodea, en distintos niveles, produce cierto tipo de ecosistema; y así, una vez que cierto sitio ha sido intervenido y modificado, se vuelve una metáfora de cómo nos instalamos en el mundo porque surge del valor que damos al lugar. Así, cuando un espacio se cuida, se respeta y en él se socializa, este se vuelve un paisaje, un sistema de direcciones y producciones, un hogar. Además, al interactuar regularmente y desarrollar una identidad conjunta, entonces se construye la memoria colectiva y esta se desarrolla a partir de un pasado compartido, o bien, trasmitido. Precisamente, en las sociedades tradicionales se construye un valor histórico en común con base en una experiencia acumulada, lo que conlleva siempre procesos de adaptación e innovación permanentes. Desde una perspectiva antropológica, la memoria cultural nace y se produce en algún centro de origen, y en el caso de nuestro país se trata de sus espacios agrícolas y dentro de entornos de alta biodiversidad, en donde se producen los hábitats para, las comunidades indígenas tales como espacios domesticados.

Estos centros de origen de algún cereal básico para la humanidad son localizables a nivel planetario y uno de ellos es México. Se ha demostrado adicionalmente que el territorio nacional sigue siendo uno de los 12 países con mayor diversidad biológica y cultural del mundo, y esto quiere decir que la riqueza de sus distintos suelos, su topografía y la variedad en sus climas ha dado como resultado una multiplicidad de paisajes como resultado de la alta capacidad de intercambio y estrategias de producción que se practican todavía hoy entre los grupos originarios a nivel regional y local.

La explicación reside en que el uso tradicional del territorio se corresponde con la apropiación y producción a pequeña escala, y es justamente en estas sociedades indígenas donde la biodiversidad se mantiene y se genera. Esto es, entre los pueblos indígenas confluye la mayor variedad lingüística, cultural y biológica, por tanto, la sabiduría acumulada en su memoria colectiva, hoy es conocimiento ecológico, donde sus territorios ya representan ecosistemas que brindan múltiples usos más allá de la propia subsistencia; permiten, por ejemplo, la estabilidad, el equilibrio, la resistencia, la heterogeneidad y restauración de los sistemas productivos. En efecto, la mega biodiversidad de México es culturalmente creada y dicho patrimonio se encuentra en manos de los pueblos que poseen una combinación de conocimientos ancestrales, prácticas productivas, creencias y, sobre todo, una relación e interpretación con la naturaleza que les permite manejar y proteger los paisajes con mayor eficiencia para la conservación desde sus comunidades, ejidos y pequeñas propiedades. 

El maíz es mucho más que un alimento, es herencia de la tierra y de los ancestros.iStock.

Ecosistemas de México: un bien común

El paisaje mexicano así resulta entonces en un bien común, no solo porque en él se establecen forzosamente interacciones y apropiaciones sociales y políticas. Además, como respuesta afectiva, esto es, a partir de la relación que se teje entre la comunidad y la tierra, surgen usos, costumbres y derechos colectivos, los mismos que concretizaron un modo de trabajo determinado y un estilo de vida para las distintas comunidades.

En México existen deficiencias que aún no se abordan correctamente en materia de políticas públicas. Primeramente, hace falta reconocer la necesidad de respetar y otorgar dignidad a los custodios y guardianes del territorio y los paisajes, del medio ambiente y del patrimonio cultural. No se trata únicamente de darle al territorio mexicano un tratamiento legislativo como de algo “explotado y explotable”, de áreas naturales por proteger. En este sentido, la reflexión va encaminada más bien a definir y conceptualizar el espacio nacional de forma más amplia y compleja, desde diferentes perspectivas, cosmovisiones, miradas, percepciones, interpretaciones y valores sociales y culturales.

Reflexión final

Si hemos referido un tipo de espacios ligados al maíz, es porque se ha de vincular su aspecto aglutinador, y este no es otro que la colectividad rural vinculada a sus actividades económicas y sociales. Asimismo, es solo a partir de los procesos históricos que se comprende el largo desarrollo que, a partir de la agricultura, conformó sociedades tan complejas como fue la civilización mesoamericana. Y aunque los pueblos originarios a lo largo de los siglos se fueron adaptando a la modernidad y las formas capitalistas e industriales, sus antiguos conceptos sobre el medio ambiente y el entorno se reinterpretan de forma constante y permanente para ser exitosamente reformulados y continuar estableciendo una relación de reciprocidad con sus elementos.

Gran parte de la herencia transmitida que se expresa en las narraciones, en la vida ceremonial y en los cultos de la tierra, son aún susceptibles de reproducirse culturalmente, en gran medida, por las condiciones geográficas y climáticas que perduran a lo largo del tiempo. También, y gracias a las sociedades campesinas que han mantenido sus cultivos en parcelas, se ha podido conservar algunos de los elementos de una cosmovisión heredada y reformulada por aquella civilización agrícola surgida milenios atrás. De manera que, como parte de las continuidades culturales que aún mantienen su vigencia, los pueblos indígenas pueden brindar actualmente la explicación de sus ordenamientos territoriales donde se recoge la sabiduría de la tierra, permitiendo el equilibrio y la vida. Esto ocurre así, porque aun las prácticas sociales y creencias indígenas fortalecen y fomentan la integración y la devoción frente al entorno natural.

Tenemos, pues, que la sociedad y la cultura son inseparables del maíz: este último es la base de la alimentación, de la vida rural y la economía indígena. El maíz fue y sigue siendo organizador del tiempo y del espacio, centro y guía de un conocimiento acumulado por milenios. En fin, hasta hoy, la planta mesoamericana sigue siendo fundamento de la cultura popular mexicana. Asimismo, parte de la dificultad para la cabal comprensión de estas cosmovisiones de tradición ancestral tienen que ver con la «sociedad de los individuos» en donde se han perdido las capacidades de integrar de forma empática al otro, de construir visiones compartidas del mundo, y de ahí se deriva la falta de reconocimiento legislativo y patrimonial. También, es el «fin de los rituales» una de las causas del desplome de estas sociedades tradicionales. Esto es, el rito es precisamente aquello que cohesiona y reproduce significados por medio de acciones simbólicas que se repiten periódicamente a través del tiempo; sin él y su reconocimiento, se abandona el sentido y la estabilidad que permiten habitar el terruño y celebrar la vida. En el caso de las comunidades indígenas de México, el mundo indígena prehispánico y el mundo indígena actual no tienen como base de su relación económica al dinero, sino que su economía descansa en el maíz, la verdadera riqueza.

El maíz, en cualquiera de sus variedades, constituye el elemento central de las antiguas culturas mesoamericanas, bagaje que ha perdurado hasta nuestros días en los pueblos originarios.iStock.

En efecto, sobreviven cosmovisiones junto con sus diversas expresiones y recursos culturales que se relacionan con el mundo natural en dinámicas distintas a las del capitalismo.

Las abstracciones del dinero, la mercancía y el individualismo de la modernidad se han descontextualizado del trabajo, la persona y la producción, así como se han separado también del entorno natural y de la memoria histórica.

Si el maíz se desliga de su contexto histórico y cultural, para ser manejado exclusivamente en términos de mercancía y en función de intereses que no son los de los sectores populares, se pierden las raíces y la identidad de estos pueblos. Pero no se trata únicamente de la planta, sino de todo el ciclo hidrológico que interviene en un año para sembrarlo y cosecharlo: ahí está el sol, las nubes, las lluvias y la tierra. Los pueblos indígenas conocen este proceso y respetan los tiempos lentos y su presencia en esta tierra; saben que, al afectar a un solo elemento de la creación natural, se afecta el todo, pues somos uno y lo mismo. Este planeta es un cuerpo vivo, tal como lo conciben y veneran estos sectores de la población mexicana.

Por Agencias