Francisco de Asís, una figura venerada en la historia, nació en una época marcada por la inestabilidad histórica y la violencia en Europa durante el siglo XII. En un contexto en el que los emperadores buscaban la protección del Papa y las alianzas se formaban y deshacían fácilmente, Francisco se destacó por su actitud a contracorriente, buscando la paz en tiempos de guerra.
Mientras Inocencio III ascendía al pontificado, enfrentándose a desafíos políticos más que eclesiásticos, Francisco se convirtió en un defensor apasionado de la paz en medio de conflictos armados y tensiones. En un mundo donde la guerra era la norma, Francisco abrazó la idea de ser un instrumento de paz y alentó a su comunidad a sembrar motivos de armonía.
Andrea Fischer
En su afán de propagar mensajes de paz, Francisco de Asís encontró en el mito del nacimiento de Jesús en Belén el símbolo perfecto. La imagen de un bebé, inocente y receptivo a todo, se convirtió en un poderoso recordatorio de la necesidad de ternura y piedad en tiempos turbulentos. Así, Francisco convocó a los aldeanos de su pueblo en la Plaza Mayor para celebrar el mensaje de paz de la Navidad.
La primera representación de Cristo
El Caballero Juan Velita, conmovido por las palabras de Francisco, se ofreció a construir un ermitorio de ramas y barro en un roquedal de su propiedad para albergar la celebración. Este ermitorio, conocido como la ermita de Greccio, se convirtió en el escenario de un evento que marcaría la historia: la primera representación del nacimiento de Cristo.
La tarde de la celebración, los aldeanos se reunieron en Greccio con sus aportaciones: una vaca, ovejas, una mula, paja para el pesebre y personas dispuestas a personificar a los personajes bíblicos. Juan Velita, noble caballero, hizo posible la construcción de este espacio magnífico, “sólido como una roca; imponente, como tiene que lucir Dios”.
Francisco de Asís, vistiendo ornamentos de diácono, no sacerdotales, cantó el santo evangelio con una voz sonora. En su sermón, predicó sobre el nacimiento de Jesús en Belén, resaltando la sencillez, la pobreza y la humildad. Aquella noche, Greccio se transformó en una nueva Belén, rindiendo honor a la simplicidad y exaltando los valores que Francisco defendía.
La representación, con la participación de animales y personas caracterizando a los personajes bíblicos, se convirtió en la primera misa navideña. Francisco de Asís, sin haber recibido el sacramento sacerdotal, utilizó los ornamentos de diácono para llevar a cabo la ceremonia. Desde esa velada del 24 de diciembre de 1223, con el permiso del Papa Honorio III, la representación del nacimiento de Cristo se convirtió en una tradición que se expandiría por todo el mundo.
Posteriormente, las representaciones del Nacimiento evolucionaron, incorporando figuras de barro o madera. Se centraron en el pesebre con las efigies de la Sagrada Familia, el Niño en el pesebre, María, José, buey y mula, siguiendo la tradición cristiana. Algunas escenas ampliaron el marco con representaciones de casas, personas trabajando y, ocasionalmente, eventos relacionados con el Evangelio de Lucas.
En el lugar donde se celebró la primera representación, se construyó un altar y una iglesia en honor al padre Francisco y a la natividad del Niño Jesús. La tradición de colocar las figuras del Nacimiento durante el Adviento, agregando el Niño Dios en la noche del 24 de diciembre y los Reyes Magos cerca de la Epifanía, se originó gracias a la visión de paz y armonía de Francisco de Asís.
Así, Francisco dejó un legado que trasciende el tiempo, recordándonos la importancia de la sencillez, la paz y la conexión con la esencia de la Navidad en medio de un mundo tumultuoso. La tradición del Nacimiento, nacida en un ermitorio de ramas y barro, continúa siendo una manifestación de la búsqueda de armonía en tiempos de turbulencia.