Un mundo naif poblado por toros, perros, caballos, mujeres y danzas. La obra de la pintora y escultora amuzga Julia López (1936), creadora “externa” a la Generación de Ruptura que sorprendió por su originalidad a finales de los años 50 del siglo pasado, es poco conocida por los jóvenes mexicanos.

Por esta razón, el fotógrafo, curador e historiador del arte Juan Coronel Rivera, hijo del pintor Rafael Coronel y nieto del muralista Diego Rivera, decidió editar el libro Julia López. Tequitqui (Talamontes Editores) para revalorar el trabajo de la artista a partir de una mirada desde el siglo XXI, “un ramo de flores para ella”.

Comenta en entrevista que quiso rendirle un homenaje tanto a la pintora como a la persona. “Julia fue la segunda esposa de mi papá. Fue una mujer importantísima en mi formación desde niño. La conocí a los 11 años. Fue decisiva en mi estructura de vida. De hecho, le digo mamá y considero a sus hijas mis hermanas. Voy una vez al año a verla a Italia, donde vive y sigue creando”.

Respecto a qué aportó Julia a su vida, el también poeta y narrador evoca que ella complementó la doble cultura que lo formó. “Mi padre viene de una tradición norteña, es zacatecano; y, aunque el estado está en el centro del país, tiene una cultura doble: ahí termina la tortilla de maíz y empieza la de harina, se unen Mesoamérica y Árido América. Están muy ligados con la frontera, usan sombrero, son rancheros.

Y Julia es de Ometepec, Guerrero, el otro lado de la cultura mexicana. Es mulata, tiene raíces negra, indígena y mestiza. Ella trae a la casa una alimentación completamente distinta a la que estábamos acostumbrados, maneras, visiones, estructuras. Rafael parco, donde sólo se comía papas hervidas, y Julia cocinaba caldos exóticos de mariscos”, recuerda.

El investigador destaca que hace falta revisar la obra de Julia López, especialmente su primer periodo, que abarca de 1957-58 a 1970.

Su primera etapa está estructurada sin una contaminación académica. Ve en su pueblo natal cómo se pinta la cerámica, cómo las mujeres amuzgas bordan los huipiles y el arte prehispánico, pues en el río de Ometepec salían muchas piezas con las que ellos adornaban sus casas y las ponían en sus altares. Ese universo es el que comparte”.

El editor agrega que, durante los años 90, Julia se interesa por la tela y hace cuadros de grandes dimensiones, “donde retoma la vida de su pueblo, pero constituido por una serie de vírgenes y santos, prácticamente todo el santoral”.

Detalla que ahora, a sus 86 años, la pintora se puso a dibujar en Milán, donde vive con una de sus hijas. “Antes no dibujaba, venía directo a la tela, no había un proceso previo. Ahora está retomando la pintura en acuarela con base en el dibujo a lápiz y están saliendo unas cosas maravillosas que, curiosamente, la devuelven a la primera etapa. Deja lo sofisticado y regresa a sus raíces amuzgas, negras. Me enseñó alrededor de unas 150 piezas y me sorprendió mucho. Está muy trabajadora. Es un material inédito. Vamos a organizar una exposición que lo incluya”, concluye.

El título se presentará el 13 de septiembre, a las 18:00 horas, en el Museo Kaluz.

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Con Información de Excelsior