La más reciente entrega de la franquicia Predator, Prey, es protagonizada por una persona que la literatura  de ciencias sociales del siglo pasado, y buena parte del público general, no consideraría como opción para representar a un cazador: una mujer.

Historiadores y científicos, apoyados en libros como Man the Hunter (El Hombre cazador) y Woman the Gatherer (La mujer recolectora), establecieron una dinámica social diferenciada por el sexo en la que los roles estaban bien definidos por las aptitudes físicas de cada uno y, según el punto de vista, cada rol era determinante para la evolución de la humanidad.

Esta conceptualización, en la que los hombres, más grandes, fuertes y agresivos salían a cazar las grandes presas; mientras que las mujeres, emocionales, delicadas y con un comportamiento más adecuado para la crianza, se quedaban en el refugio de las comunidades cuidando a los niños y recolectando frutas, vegetales u hongos, fue la que se arraigó en la sociedad durante buena parte del siglo pasado y todavía es aceptada en la actualidad.

Sin embargo, las evidencias que refutan esta visión de la historia humana siguen acumulándose. En marzo pasado , un estudio publicado sobre las mujeres cazadoras en nuestro continente daban evidencias sobre un enterramiento de hace 9000 años en los que se encontró una mujer con múltiples herramientas de caza en las montañas de los Andes de América del Sur. Pero, las herramientas no eran para caza oportunista – como se suele considerar que era la caza femenina – sino de caza de presas grandes, o caza mayor, una actividad que generalmente solo se asocia a los hombres.

Para comprobar si este enterramiento era una excepción, los investigadores estudiaron los registros públicos relativos a yacimientos del Pleistoceno tardío – desde hace 126,000 años hasta 11,700 años – y del Holoceno temprano – la época actual – en América del Norte y del Sur. Entre todos los enterramientos registrados, se encontraron a 27 individuos asociados con caza mayor, 11 eran mujeres y 15 hombres.

Siguiendo esta línea, un nuevo estudio se dedicó a analizar los reportes de patrones de caza de 63 diferentes sociedades alrededor del mundo. Con estos datos se buscaría comprobar si el papel de las mujeres en la caza mayor era anecdótico, o si en verdad en las sociedades cuya base radicaba en la caza y recolección se esperaba que cualquier integrante, independientemente de su sexo, participara en esta actividad.

Las sociedades estudiadas abarcan todo el planeta.Abigail Anderson, et al. 2023

Para afinar el estudio, los reportes que se consideraron como evidencia de este patrón fueron aquellos que incluían información explícita en las que se involucrara a las mujeres en rastrear, localizar animales y ayudar con la muerte de la presa. Las autoras tuvieron la precaución de denotar la diferencia entre la actividad de solo acompañar a los hombres durante la cacería – algo que admiten también ocurría – y la de cazar como tal.

Además, también se buscó información sobre el tamaño de las presas y si la caza era hecha con tal propósito, es decir, si la mujer o grupo de mujeres salían a cazar intencionalmente, fuera en grupo o incluso con el uso de animales, o si era caza oportunista, cuando el individuo está realizando otra actividad y la oportunidad de obtener una presa se presenta.

De acuerdo a sus investigaciones se pudo observar que en 50 sociedades (79% del total) se tenían registros de mujeres cazadoras. De estas, 36 describían la caza realizada por ellas como intencional, mientras que solo 5 lo hacían de forma oportunista. Además de que en las sociedades en las que la caza se consideraba como su principal fuente de sustento las mujeres participan el 100% del tiempo.

El tipo de presas cazadas dependía de la sociedad, en 21 de ellas las mujeres solo cazaban presas pequeñas, como en la Tiwi de Australia; en 7 cazaban presas medianas, en 15 se dedicaban a la caza mayor y finalmente en 2 cazaban de todo. Algo de lo más sorprendente es que según los registros las mujeres de 18 sociedades incluso cazaban con niños, tanto de forma oportunista como en cacería intencional.

La cacería se ha vuelto más sofisticada, desde el uso de perros a halcones.iStock

Estos datos nos dan una gran oportunidad de reflexionar sobre el papel que culturalmente se le ha asignado a uno y otro sexo de forma histórica por el sesgo de los datos que se han obtenido.

El primer filtro de las sociedades a estudiar se dio porque no de todas se tenían datos sobre su cacería y forma de sustento. Mientras que algunas los datos eran insuficientes para determinarlo en otras simplemente se asumía que la actividad era realizada por hombres, como lo ha sido en el caso de enterramientos vikingos. Típicamente si un enterramiento contiene armas o herramientas asignadas históricamente a hombres entonces se suele inferir que el fallecido es un hombre, pero estudios genéticos y antropomórficos han ayudado, en repetidas ocasiones, a determinar que es una mujer a quien se honra.

Naru, la protagonista de Prey, era dejada de lado por su hermano y otros hombres de su tribu que consideraban que una mujer en su grupo no les permitiría obtener sus presas, que su rol debía estar en el asentamiento, cuidando a los niños, o buscando plantas y frutas. Sin embargo, en otras sociedades, en al menos 50, la iniciativa de Naru no solo hubiera sido admitida, sino hasta esperada. 

Referencias:

  • Abigail Anderson, et al. 2023. The Myth of Man the Hunter: Women’s contribution to the hunt across ethnographic contexts. PLoS ONE 18(6): e0287101. DOI: 10.1371/journal.pone.0287101

Por Agencias