El populismo, hay que decirlo una vez más, no es una ideología, sino una forma, una estrategia para acceder al poder llegando a través de las instituciones y las normas de la democracia. Lo hace con un líder carismático que expone una narrativa, en donde la polarización es parte muy importante de esa estrategia y la “construcción” de un “pueblo” contra la oligarquía, y para empezar, el líder representa a “ese pueblo”, pero lo que observamos es también la reducción de la amplia pluralidad de la sociedad moderna en solo dos actores: los buenos (que obviamente representa el “pueblo bueno” y el representante de “ese pueblo” es el líder) y los malos, los causantes de todos los males históricos y actuales del país.
Es este el camino y la narrativa que los populistas hacen para llegar al poder y estando en él, cuando triunfan, es traicionar la letra y espíritu de la Constitución, particularmente en donde no conviene, obvio, a sus intereses. Reniegan de la división de poderes, si tienen mayoría en el Congreso a sus legisladores les ordenan “no cambiar ni una coma” a las iniciativas del líder, teniendo un férreo control sobre el poder legislativo y buscando en todo momento también controlar al poder judicial, si eso no se logra, entonces emprender una campaña de propaganda para desprestigiarlo, así como a sus integrantes. A la oposición le niegan cualquier legitimidad y la propaganda se encarga de estarlos atracando permanente, el uso de medidas judiciales o inventos de cargos para encarcelar o tenerlos bajo presión es el otro ingrediente. El autoritarismo va de la mano del líder populista.
Pese haber jurado cumplir y hacer cumplir la Constitución, el estribillo de combate del populista, como cualquier anarquista y no como jefe de Estado, repite “no me vengan con que la Ley es la Ley”. Así, de manera flagrante, se traiciona el juramento constitucional y además se provoca a las instituciones y se reincide en no respetar las sanciones o llamados a cumplir la Ley. La trampa y el valemadrismo para violar o no acatar las sanciones de la autoridad o darle la vuelta a las sentencias, ahora, es el sentido del discurso populista matutino.
De esta manera, el populismo y los populistas son traidores a la democracia, ya que no respetar un Estado de Derecho o negar el pluralismo como algo consustancial a la sociedad y la libre expresión de sus ideas y defensa de sus intereses y que podamos vivir en armonía, todos sin distingos o señalamientos de odio, es traicionar los principios esenciales de la democracia. Al contrario, los populistas buscan en todo momento mantener la polarización y alimentar el conflicto, inculcando el odio al que no es parte del “pueblo bueno”, pretendiendo apropiarse del gobierno con un sentido patrimonial, alientan la corrupción y mantienen permanentemente la política de clientelismo político a través de los programas sociales.
Un populismo autoritario no solo es una amenaza a las libertades sino también a la democracia y al estado de derecho y es un peligro de cara al proceso electoral que se avecina si ve en riesgo perder el poder, no es un tema menor o que se deba de soslayar en virtud del clima de violencia que se vive en el país y donde la elección más grande de la historia de nuestro país, con la disputa por el poder territorial en los cargos locales en una disputa democrática, puedan ponerse en peligro los intereses ya creados del crimen organizado, por ello la disputa electoral no debemos de ser ingenuos de verla como se decía antes “una fiesta cívica”, sino una disputa por el poder, que en este caso conlleva peligros y la amenaza autócrata del populismo de aferrarse a cualquier costo al poder.
El populismo autocrático que hoy vivimos no es un error histórico, como alguien a expresado, sino que es resultado, es el producto de la corrupción e impunidad que la partidocracia impuso en nuestro país en los últimos años, no señalar esto es negarse a reconocer que también la hoy oposición traicionó la democracia con sus acciones y que ello trajo al populista al poder. La defensa de la democracia hoy pasa sin duda por la autocrítica que aún nos deben los cascarones partidarios que se llaman oposición, las batallas contra los traidores de la democracia no son para regresar a una democracia defectuosa como la que teníamos, sino para dar un paso adelante de esos polvos de aquellos lodos y construir una democracia que en el actual momento tenga la conciliación social, el respeto a la ley y las libertades y por supuesto, que reconozca la pluralidad de la sociedad como objetivos centrales.