Durante la única visita del presidente John F. Kennedy a la Ciudad de México, en 1962, hizo una breve escala en el conjunto habitacional que el gobierno federal construyó dos años antes. Se trata de la Unidad Independencia, ejemplo de vivienda popular que el mandatario estadunidense definió así: “He visto en muchos lugares viviendas construidas bajo la influencia del Estado, pero nunca había visto un proyecto gubernamental que tuviera fuentes y estatuas y pasto y árboles, los cuales son tan importantes para el concepto de la vivienda como el propio techo”.

Aquel breve mensaje, destacan los arquitectos Rodrigo Durán y Felipe Orensanz, representó el espaldarazo definitivo que el gobierno mexicano necesitaba para validar la apuesta de modernización habitacional que había comenzado una década antes con la construcción de los primeros edificios multifamiliares.

Sin embargo, aquel conjunto ha permanecido bajo la sombra de otros grandes ejemplos de vivienda, como el conjunto del Centro Urbano Presidente Alemán (1949) o el gran barrio de Nonoalco-Tlatelolco (1964). Esto pese a que la Unidad Independencia incluyó obras de artistas como Federico Cantú, Francisco Eppens y Luis Ortiz Monasterio, además de que sus calles fueron nombradas por el escritor Juan José Arreola.

De todo este trayecto habla el libro Ciudad Independencia. Seguro Social, publicado por Arquine, una documentación exhaustiva del conjunto que trascendió por su integración arquitectónica, cultural y ecológica, percibido como una utopía del paisaje de la modernidad mexicana, junto con documentos históricos, discursos, fotografías de los años 60 y contemporáneas, y planos actualizados.

Pero sin renunciar a una postura crítica ante los tiempos políticos en que se realizó, a la falta de flexibilidad en el modelo de vivienda y al poco margen de adaptación que ha tenido para sus habitantes.

“Nosotros creemos que la Unidad Independencia siguió un punto de madurez proyectual que a lo mejor algunos de los anteriores no tenían, así que es un proyecto que marca una especie de antes y después en la identidad, no sólo mexicana, sino latinoamericana”, dice a Excélsior el arquitecto Felipe Orensanz.

Se trata de un conjunto de vivienda social dividida en tres barrios, cada uno de los cuales tenía su propio núcleo con primaria, guardería y comercios, una plaza cívica, un cine, un teatro (el Teatro Independencia), talleres de artes y oficios, un deportivo con cancha de futbol, gimnasio, alberca, la Clínica 22 del IMSS, tres tipologías de vivienda y, en su momento, hasta un zoológico, apunta Orensanz.

Y agrega: “Además, el proyecto estaba salpicado con obras de arte de Francisco Eppens, Federico Cantú y Luis Ortiz Monasterio, y todo ese programa arquitectónico y urbano tan robusto sólo ocupaba el 23% el terreno, que se completaba con un 10% para vialidades y estacionamientos y el 67% restante de áreas verdes (parques jardines, plaza, plazoletas)”.

Por su parte, el también arquitecto Rodrigo Durán recuerda que a lo largo de la investigación y levantamiento para este libro también se ubicó una serie de comentarios y leyendas que sucedieron a la concepción del proyecto. “Una de éstas es que Benito Coquet, entonces director del IMSS, cuando vio el terreno lleno de árboles le dijo a los arquitectos que no tiraran ni un árbol, y esto es el opuesto absoluto del proyecto de Tlatelolco”.

El volumen, escrito por historiadores, arquitectos y cronistas, incluye dos capítulos introductorios a cargo de Julia Gómez Candela y Rodrigo Hidalgo, un apartado sobre las políticas habitacionales del IMSS, de Juan Carlos Cano; y otros capítulos sobre los elementos físicos de la Unidad.

Le siguen tres capítulos sobre las tipologías de la Unidad, otro más sobre el equipamiento, las intervenciones artísticas; los juegos infantiles diseñados por Pedro F. Miret; y otro dedicado al paisaje y la cuestión ecológica del conjunto; y dos apartados sobre los dos arquitectos que lideraron el proyecto: José María Gutiérrez y Alejandro Prieto.

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Con Información de Excelsior

Por Agencias